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Como era costumbre, imprimí la página al reverso de una hoja de texto mal impresa guardada como papel para reciclar; pero como la cargué al revés, obtuve unas hileras de caracteres solapados que parecían trenzas de alguna tipografía abstracta. Con todo, a través de los espacios en blanco tras cada punto aparte, como por rendijas de luz, se podía leer alternativamente algún fragmento de texto limpio. Esta escritura automática de la máquina me recordó aquella vez en que por error había cargado un rollo de diapositivas ya expuesto, resultando las nuevas tomas en exposiciones dobles, algunas de las cuales cobraban de pronto algún nuevo sentido. Del solape del blanco de la hoja y los grandes bloques negros de letras enredadas expuestos por combinación accidental de ambos textos, apareció así una suma menor de partes legibles que, ordenada, parecía venir a redactar los estatutos de algún código o manual.